Acerca de

Bahá’u’lláh (1817-1892)

El Fundador de la Fe bahá’í

Nacido en 1817, Bahá’u’lláh era miembro de una de las grandes familias nobles de Persia. La familia podía trazar su linaje hasta las dinastías reinantes del pasado imperial persa y contaba con riquezas y amplias propiedades. Rechazando estas ventajas que le ofrecía su posición en la corte, Bahá’u’lláh se hizo famoso por su generosidad y amabilidad, lo que le ganó el profundo amor de sus paisanos.

Esta posición privilegiada no tardó en desaparecer tras anunciar Bahá’u’lláh su apoyo al mensaje del Báb. Sumergido bajo las olas de violencia levantadas contra los bábíes tras la ejecución del Báb, Bahá’u’lláh no sólo sufrió la pérdida de todas sus posesiones terrenales sino que fue sometido a encarcelamiento, tortura y una serie de destierros. El primero fue a Bagdad donde, en 1863, anunció que Él era el prometido por el Báb. Desde Bagdad, Bahá’u’lláh fue enviado a Constantinopla, a Adrianópolis y finalmente a Acre, en Tierra Santa, donde llegó como prisionero en 1868.

Desde Adrianópolis y después desde Acre, Bahá’u’lláh dirigió una serie de cartas a los gobernantes de su época, unos documentos que habría que catalogar entre los más destacados de la historia religiosa. En ellos proclamaba la proximidad de la unificación de la humanidad y el nacimiento de una civilización mundial. También llamaba a los reyes, emperadores y presidentes del siglo diecinueve a reconciliar sus diferencias, a limitar sus armamentos y a dedicar sus energías al establecimiento de la paz mundial.

Bahá’u’lláh falleció en Bahjí, a poca distancia al norte de Acre, y allí está enterrado. Sus enseñanzas ya habían comenzado a extenderse más allá de los confines de Oriente Medio y su Tumba es hoy el punto focal de la comunidad mundial que esas enseñanzas han originado.

La Manifestación de Dios

El rostro de aquél a quien contemplé, nunca lo podré olvidar y, no obstante, no puedo describirlo. Esos ojos penetrantes parecían leer en mi propia alma. En su amplia frente había poder y autoridad […] ¡No era necesario preguntar en presencia de quién me encontraba al inclinarme ante quien es objeto de una devoción y un amor que los reyes envidian y por el que los emperadores suspiran en vano!

Con estas palabras era descrito Bahá’u’lláh en 1890 por el renombrado orientalista y profesor de la Universidad de Cambridge Edward Granville Browne. En aquella época Bahá’u’lláh llevaba 40 años de exilio y cárcel. Sus enseñanzas apenas habían salido a la luz pública. Hoy en día, sin embargo, son millones los seguidores que reconocen en Él a la Manifestación de Dios o el Divino Maestro para esta época. De acuerdo con la creencia bahá’í, las Manifestaciones de Dios, incluyendo Moisés, Abraham, Cristo, Muhammad, Krishna y Buda, han aparecido a intervalos a lo largo de la historia para fundar grandes sistemas religiosos. Han sido enviados por un Creador amoroso para que podamos conocerle y adorarle, y para que la civilización alcance nuevas alturas.

La posición que estas Manifestaciones ocupan en la creación es singular. Su naturaleza esencial es doble: son humanas y divinas al mismo tiempo. Pero no son idénticas a Dios, el Creador e Incognoscible. A propósito de Dios escribe Bahá’u’lláh:

Él, ciertamente, ha sido, a través de la eternidad, único en Su Esencia, único en Sus atributos, único en Sus obras. Toda comparación es sólo aplicable a Sus criaturas, y todas las ideas de asociación son conceptos que pertenecen solamente a aquellos que Le sirven. Su Esencia es inmensamente exaltada por encima de las descripciones de Sus criaturas. Él solo ocupa la Sede de majestad trascendente, de suprema e inaccesible gloria. El ave del corazón humano, por muy alto que se remonte, nunca podrá esperar alcanzar las alturas de Su incognoscible Esencia. Es Él Quien ha llamado a existir a toda la creación, Quien ha hecho que cada cosa tome vida por Su mandato.

Por otra parte, en una oración Bahá’u’lláh se dirige a Dios con estas palabras:

¡Exaltado, inmensamente exaltado eres Tú por encima de todo intento de medir la grandeza de Tu Causa, por encima de toda comparación que se procure realizar, por encima de los esfuerzos de la lengua humana por declarar su significado! Has existido desde siempre, junto con nadie más salvo Tú, y por siempre continuarás siendo el mismo en la sublimidad de Tu esencia y en las inaccesibles alturas de Tu gloria.

Y cuando Te propusiste hacerte manifiesto a los hombres, revelaste sucesivamente a las Manifestaciones de Tu Causa, y ordenaste que cada una fuera un emblema de Tu Revelación entre Tu pueblo, y el Astro de Tu invisible Yo entre Tus criaturas

Al describir la relación entre las Manifestaciones de Dios y Su Creador, Bahá’u’lláh usó la analogía del espejo. Dios es como el Sol, y las Manifestaciones como los Espejos donde se refleja la luz divina; si bien no por ello deben ser considerados idénticos al Sol.

Estos Espejos santificados […] son, todos y cada uno, los Exponentes en la tierra de Aquel Quien es el Astro central del universo, su Esencia y Propósito último. De Él procede su conocimiento y poder; de Él proviene su soberanía. La belleza de su semblante es solamente un reflejo de Su imagen; su revelación, un signo de Su gloria inmortal. Ellos son los Tesoros del conocimiento divino y los Depósitos de la Sabiduría celestial.

El mensaje central que Bahá’u’lláh ofrece en este Día a la humanidad es el de la unidad y la justicia. Dos citas a menudo empleadas por los bahá’ís lo resumen: Lo más amado de todo ante Mi vista es la justicia; La Tierra es un solo país, y la humanidad sus ciudadanos. También afirmó El bienestar de la humanidad, su paz y seguridad, son inalcanzables a menos que su unidad sea firmemente establecida. Esta es la recomendación de Dios, el divino y omnisciente Médico, para nuestro desfalleciente mundo.

Aunque estas afirmaciones forman parte ya del pensamiento actual, difícilmente podemos imaginarnos el efecto arrobador que tuvo en quien, como Edward Granville Browne, tuvo oportunidad de escucharlos de labios de Bahá’u’lláh en lo que sin duda fue una impresionante declaración:

Has venido a ver a un prisionero y desterrado […] No deseamos sino el bien del mundo y la felicidad de las naciones; sin embargo, nos consideran causante de sedición y de rivalidades, merecedor de cautiverio y destierro […] Que todas las naciones sean una en su Fe y que todos los hombres sean como hermanos; que se refuercen los lazos del afecto y de la unidad entre los hijos de los hombres; que cese la diversidad de religión y que las diferencias de raza sean anuladas: ¿Qué daño hay en esto? […] Sin embargo, así será; estas luchas, este derramamiento de sangre y esta discordia cesarán, y todos los hombres serán miembros de una sola familia […] Que ningún hombre se gloríe de que ama a su patria; que más bien se gloríe de que ama a sus semejantes.

Nacido en una familia de noble linaje, a comienzos del siglo XIX, Bahá’u’lláh tenía ante Sí un destino de riquezas y comodidades. No obstante, desde una temprana edad mostró escaso interés en proseguir la carrera de Su padre en la Corte del Shah. Antes bien, dedicó Su tiempo y energía al auxilio de los pobres. Más tarde, Su suerte cambiaría al reconocer la religión del Báb , surgida en 1844 y destinada a cumplir las profecías del islam. Bahá’u’lláh sufrió un encarcelamiento al que siguió el exilio.

En Sus Escritos, el Báb Se refirió a la llegada inminente del Prometido de todas las Religiones, condición que luego reclamaría Bahá’u’lláh. Éste es el Rey de los Días». Con estas palabras exalta la edad que ha atestiguado la llegada del Bienamado, Aquel quien desde toda la eternidad ha sido aclamado como el «Deseo del Mundo». «Soy Yo Aquel a Quien la lengua de Isaías ha exaltado, Aquel con cuyo nombre tanto la Torah como el Evangelio se han engalanado. De Sí mismo escribió: Nada se ve en Mi templo excepto el Templo de Dios, y en Mi belleza salvo Su Belleza, y en Mi ser salvo Su Ser, y en Mi yo salvo Su Yo, y en Mi movimiento, salvo Su Movimiento, y en Mí aquiesciencia excepto Su Aquiesciencia, y en Mi pluma, sino Su Pluma, el Poderoso, el Todoalabado. Nada ha habido en Mi alma excepto la Verdad, y nada cabe verse en Mí salvo a Dios. Y de Su misión explica:

Y cuando la creación entera se vio remecida, y el conjunto de la tierra se sintió convulsa, y los dulces aromas de Tu nombre, el Todoalabado, casi habían cesado de soplar sobre Tus reinos, y los vientos de Tu merced estaban a punto de aquietarse en todos Tus dominios, mediante el poder de Tu fuerza, Me alzaste de entre Tus siervos, y me invitaste a mostrar Tu soberanía entre tu pueblo. Me alcé entonces ante todas Tus criaturas, reforzado por Tu auxilio y Tu poder, y emplacé a todas las multitudes hacia Ti, y anuncié a todos Tus siervos Tus favores y Tus dones, y los invité a que se volviesen hacia ese Océano del que cada gota gritó para proclamar a todos cuantos habitan el cielo y la tierra que Él es, en verdad, la Fuente de toda vida, y el Vivificador de la creación entera, y el Objeto de la adoración de todos los mundos, y el Más Amado de todo corazón comprensivo, y el Deseo de todos los que están cerca de Él.

Durante Su primer encarcelamiento Bahá’u’lláh experimentó la actividad de la revelación divina. De aquel momento nos ha dejado esta breve descripción:

Durante los días en que yací en la prisión de Teherán, aunque el peso lacerante de las cadenas y el hedor apenas dieron paso al sueño, con todo en esos infrecuentes lapsos de sueño sentí como si desde la corona de Mi cabeza algo fluyera sobre el pecho, cual si un torrente se precipitase sobre la tierra desde la cima de una elevada montaña. En consecuencia, todos los miembros de Mi cuerpo estaban ardientes. En momentos así recitaba Mi lengua lo que ningún hombre podría escuchar.

Durante los largos años de exilio que padeció, Bahá’u’lláh reveló pasajes divinamente inspirados equivalentes a unos 100 volúmenes. Esta revelación comprende escritos místicos, enseñanzas de carácter ético y social, leyes y disposiciones, así como la proclamación abierta de Su mensaje a los reyes y gobernantes del mundo, entre ellos Napoleón III, la ´reina Victoria, el papa Pío IX, el shah de Persia, el kaiser Guillermo I de Alemania, el emperador Francisco José de Austria y otros.

Dignidad y nobleza son las notas que definen la naturaleza del hombre en la Revelación de Bahá’u’lláh. Hablando con la voz del espíritu llega a decir en otro pasaje: ¡Oh Hijo del Espíritu! Te he creado noble, mas tú mismo te has degradado. Levántate, pues, hasta aquello para lo cual fuiste concebido. En otro lugar afirma: Considerad al hombre como a una mina rica en gemas de inestimable valor. Sólo la educación puede hacer que revele sus tesoros, y capacitar a la humanidad para beneficiares de ellos. Toda persona –afirma– es capaz de reconocer a Dios; todo lo que se precisa es cierto grado de desprendimiento:

Cuando el canal del alma humana se limpie de todo apego mundano e impeditivo, indefectiblemente percibirá el aliento del Bienamado a través de inmensurables distancias, y guiado por su perfume alcanzará y entrará en la Ciudad de la Certeza.

Esa ciudad no es otra que la Palabra de Dios que se revela en cada época y dispensación. Toda la guía, las bendiciones, el saber, la comprensión, la fe y la certeza conferida sobre todo lo que es en el cielo y en la tierra, se hallan ocultos y atesorados dentro de esas Ciudades.

El hijo de Bahá’u’lláh, ‘Abdu’l-Bahá, quien fuera designado sucesor Suyo, describió la misión de Su Padre en los siguientes términos:

Sobrellevó estas pruebas, sufrió estos infortunios y calamidades a fin de que en el mundo de la humanidad se hiciera aparente una manifestación del servicio y del desprendimiento; para que la Más Grande Paz cobrase realidad; para que las almas humanas apareciesen como ángeles del cielo; para que los milagros celestiales tuviesen lugar entre los hombres; para que la fe humana se reforzara y perfeccionase; para que esa dádiva de Dios, preciosa e inapreciable, que es la mente humana, pudiera desarrollarse en plenitud dentro del templo del cuerpo; y para que el hombre pudiera convertirse en el reflejo y semejanza de Dios, tal y como ha sido revelado en la Biblia: Crearemos al hombre a Nuestra imagen y semejanza.

En breve, la Bendita Perfección [Bahá’u’lláh] soportó todas estas pruebas y calamidades a fin de que nuestros corazones se encendieran y se volvieran radiantes; para que nuestros espíritus fueran glorificados, nuestras faltas se tornaran en virtudes y nuestra ignorancia en saber; para que pudiéramos lograr los frutos reales de la humanidad y adquirir las gracias celestiales. Para que, aunque seamos peregrinos en esta tierra, recorramos el camino del Reino celestial y, aunque pobres y necesitados, podamos recibir los tesoros de la vida eterna. Fue por ello por lo que soportó estos pesares y penalidades.

Bahá’u’lláh dejó esta vida en 1892, cuando todavía era nominalmente un prisionero confinado en Palestina. Cien años después, en 1992, la comunidad internacional bahá’í observó un Año Santo para conmemorar el centenario de Su ascensión. En mayo de ese mismo año, una delegación compuesta por varios miles de bahá’ís procedentes de más de 200 países y territorios se reunían en Su Santuario, en la Tierra Santa, para rendirle homenaje. En noviembre del mismo año 27.000 seguidores se concentraban en un Congreso en Nueva York, en una atmósfera de reverente alegría, para celebrar la inauguración de la Alianza de Bahá’u’lláh, una Alianza que desde el comienzo ha asegurado la unidad de Su Fe. Durante dicho año se difundió una declaración especial dedicada a dar a conocer al gran público la figura de Bahá’u’lláh y Su misión.

Le invitamos a que aprenda más acerca de la vida y misión de Bahá’u’lláh; a estudiar las oraciones y escritos sagrados por Él revelados; a investigar Su portentosa vindicación de ser «el Prometido de todas las Edades» y Su promesa de un futuro en que estas discordias estériles, estas guerras ruinosas desaparecerán y llegará la Más Grande Paz.