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El Báb (1819-1850)

El 23 de mayo de 1844, en Shiraz, Persia, un joven conocido como el Báb anunció la inminente aparición del Mensajero de Dios que esperaban todos los pueblos del mundo.

El título Báb significa «la puerta». Aun siendo portador de una revelación independiente de Dios, el Báb declaró que Su propósito era preparar a la humanidad para este advenimiento. Este anuncio provocó enseguida una persecución salvaje por parte del clero musulmán dominante. El Báb fue arrestado, apaleado, encarcelado y finalmente, el 9 de julio de 1850, fue ejecutado en la plaza pública de la ciudad de Tabriz. Alrededor de 20.000 de sus seguidores perecieron por toda Persia.

El majestuoso edificio de cúpula dorada y rodeado de bellos jardines que domina la bahía de Haifa es hoy el Santuario donde están enterrados los restos mortales del Báb.

El Precursor de Bahá’u’lláh

Su vida constituye uno de los ejemplos más egregios de valor que la humanidad haya tenido el privilegio de contemplar. La personalidad a la que así rendía homenaje el destacado escritor francés A.L.M. Nicolas era esa figura profética del siglo diecinueve que la historia conoce como el Báb.

Durante la primera mitad del siglo diecinueve el fervor milenarista se apoderó de numerosos pueblos de la tierra. Por aquel entonces muchos cristianos aguardaban expectantes la venida de Jesucristo. Al mismo tiempo el islam, en su espera de la llegada del Señor de la Época, se veía sacudido por una oleada de similar intensidad. Tanto cristianos como musulmanes veían que con el ansiado cumplimiento de las profecías de sus Escrituras estaba a punto de comenzar una nueva era espiritual.

En Persia, el fermento mesiánico alcanzó su apogeo la noche del 23 de mayo de 1844, cuando un joven comerciante –el Báb– anunció que era el Portador de una Revelación Divina, prometida desde tiempo inmemorial y destinada a transformar la vida espiritual de la humanidad. Él declaró:

¡Oh pueblos de la tierra! Prestad oído a la santa voz de Dios […] En verdad la resplandeciente Luz de Dios ha aparecido entre vosotros investida con este Libro infalible, a fin de que seáis guiados rectamente hacia las sendas de la paz.

Con la quiebra moral de Persia por telón de fondo, la declaración del Báb según la cual la renovación y avance social se apoyaban sobre el amor y la compasión antes que en la fuerza y la coacción suscitó esperanzas en todos los sectores sociales del país. Muy pronto atrajo a miles de seguidores.

El nombre de este joven comerciante era Siyyid `Alí Muhammad, quien adoptó el título de «El Báb», término que en árabe significa «portal» o «puerta». Tal como explicó el Báb, Su propia llegada constituía el portal que habría de atravesar la tan esperada Revelación de Dios para toda la humanidad. El tema central de Su obra más destacada –el Bayán– giraba en torno a la aparición de un segundo Mensajero de Dios, más eminente que el propio Báb y cuya Misión sería inaugurar la era de paz y justicia prometida por el islam, el judaísmo, el cristianismo y todas las demás religiones.

El Báb Se refirió a la llegada de este Maestro Divino como Aquel a Quien Dios hará manifiesto y afirmó que «ninguna palabra Mía puede describirle cumplidamente, ni puede referencia alguna hallada en Mi Libro, el Bayán, hacer justicia a Su Causa». Aclaró que el propósito que subyace a esta Revelación, así como a todas las del pasado, es el de anunciar el advenimiento de Aquel a Quien Dios hará manifiesto. Asimismo, explicó que la base de toda conquista humana debe encontrarse en las enseñanzas de esta prometida Manifestación Universal de Dios, y que el conjunto de todas las religiones sólo está para auxiliarle. Para el Báb la historia de la humanidad había alcanzado su apogeo, y Él no era más que La voz del Anunciador, que eleva Su voz en el desierto del Bayán para anunciar a la humanidad su travesía hacia la madurez colectiva.

En todos Sus Escritos el Báb avisó a Sus seguidores que fueran vigilantes y que, tan pronto como surgiese el prometido Maestro, Le reconocieran y siguieran. El Báb les exhortó a que mirasen con el ojo del espíritu antes que con sus fantasiosas imaginaciones. Ser dignos de Aquel a Quien Dios manifestará requería nuevas pautas de conducta, una nobleza de carácter que hasta entonces los seres humanos no habían alcanzado:

Purgad vuestros corazones de deseos mundanos –instaba el Báb a su primer grupo de discípulos– y dejad que las virtudes angélicas sean vuestro adorno. […] Ha llegado la hora en que nada excepto los motivos más puros, apoyados en hechos de pureza inmaculada, pueden ascender al Trono del Más Alto y serle aceptables.

En varias ocasiones el Báb aludió a la identidad del Prometido: El bien sea con quien fije su mirada en el Orden de Bahá’u’lláh y dé gracias a su Señor. Pues Él seguramente será hecho manifiesto. En otro pasaje afirma: Cuando el Astro de Bahá brille resplandeciente sobre el horizonte de la eternidad os incumbe personaros ante Su Trono Husayn-Alí, uno de los discípulos más destacados del Báb, históricamente conocido como «Bahá’u’lláh», asumió el título de Bahá (en árabe «gloria», «esplendor») en una conferencia celebrada en 1848 por los seguidores del Báb. El título fue confirmado expresamente por el propio Báb.

En ciertos aspectos, el papel del Báb es comparable al que ejerció Juan el Bautista en la formación del cristianismo. El Báb fue el Heraldo de Bahá’u’lláh: Su misión primera fue la de allanar el camino para la venida de Bahá’u’lláh. Consecuentemente, la fundación de la Fe bahá’í es vista por los bahá’ís como simultánea a la de la Fe bábí, cuya razón de ser habría de coronarse en 1863 cuando Bahá’u’lláh anunció ser la figura prometida por el Báb. Bahá’u’lláh afirmó más tarde que el Báb fue el Heraldo de Su gran Revelación, una revelación que ha hecho que […] el esplendor de Su Luz fulgure desde el horizonte del mundo. La aparición del Báb marcó el fin del Ciclo Profético de la historia religiosa e inauguró el Ciclo del Cumplimiento.

Fundador de la Religión Babí

No obstante, el Báb fue al mismo tiempo el Fundador de una religión propia y diferenciada, conocida como la Fe bábí. La Revelación bábí dio lugar a una comunidad vigorosa, dotada de sus propias Escrituras y presta a dejar en la historia religiosa una impronta indeleble. Los escritos bahá’ís testimonian que la grandeza del Báb consiste ante todo no en el hecho de ser el Precursor divinamente designado de una Revelación tan trascendente, sino en haber estado investido con los poderes inherentes al inaugurador de una Dispensación religiosa separada, y en el hecho de haber exhibido, en una medida no superada por los Mensajeros que Le precedieron, el cetro de la Profecía independiente. Merced a Su llamada para la reforma espiritual y moral de la sociedad persa, y a Su insistencia en la mejora de la condición de la mujer y de los pobres, el Báb mostró las hechuras propias de los antiguos profetas. Pero, a diferencia de los visionarios de antaño que no podían sino remontar su mirada hacia un futuro distante cuando la tierra se colmará con el conocimiento del Señor, el Báb vino a significar con Su propia presencia que el Día de Dios al fin había alboreado.

Los corazones y pensamientos de quienes escuchaban el mensaje del Báb estaban atrapados en un estado apenas alterado desde la Edad Media. Además de Su llamada a la renovación espiritual, Su promoción de la educación y de las ciencias útiles revestía un carácter sencillamente revolucionario. De este modo, al proclamar una religión enteramente nueva, el Báb hizo posible que Sus seguidores se desligaran del marco islámico de referencia y se preparasen para la venida de Bahá’u’lláh.

Mullá Husayn, la Declaración del Báb y el poder transformador de Su Revelación

Casa de el Báb en Shiraz (Persia)

La habitación de la casa del Báb en la que declaró Su misión ante Mullá Husayn en 1844.

Mullá Husayn-i-Bushru’í, miembro de la clase religiosa persa, describió el efecto que tuvo sobre su persona el primer encuentro con el Báb: Me sentí poseído de tal valor y poder que, de alzarse contra mí todo el mundo, con sus pueblos y potentados, habría resistido su asalto solo y sin temor. El universo no parecía sino un puñado de polvo en mis manos. Me pareció ser la Voz de Gabriel personificada, que llamaba a toda la humanidad: Despertad, pues he aquí que la mañana de la Luz ha despuntado.

El impacto transformador del mensaje del Báb se consiguió sobre todo mediante la diseminación de Sus epístolas, comentarios y obras místicas y doctrinales. Algunos discípulos, como Mullá Husayn, pudieron escucharle en persona. El efecto de la voz del Báb fue descrito por uno de Sus seguidores: La melodía de Su canto, el flujo rítmico de los versículos que manaban de Sus labios se apoderaron de nuestros oídos y calaron en lo más hondo de nuestra alma. La montaña y el valle se hicieron eco de la majestad de Su voz. La entraña de nuestros corazones vibró ante la llamada de Sus pronunciamientos.

El martirio del Báb

Lo atrevido de Su proclamación –y Su visión de una sociedad enteramente nueva– suscitó un gran temor en la jerarquía religiosa y secular. La persecución no tardó en desatarse sobre los bábíes, miles de los cuales fueron exterminados en el curso de una horrible cadena de matanzas. El extraordinario valor evidenciado por los bábíes frente al asalto no escapó a la atención de numerosos observadores occidentales. Intelectuales europeos tales como Ernest Renan, León Tolstoi, Sarah Bernhardt y el Conde de Gobineau se sintieron profundamente afectados por el drama espiritual que se desarrollaba en una tierra tenida por oscurantista. La nobleza desplegada en Su vida por el Báb y el heroísmo de Sus seguidores era tema común de conversación en los salones de Europa. La historia de Tahirih, la gran heroína y poetisa bábí caló tan rápido y tan hondo como la del Báb. Fue ella quien dijo a sus perseguidores: Podéis matarme cuando os plazca, pero no podréis detener la emancipación de la mujer.

Quienes se oponían al Báb acabaron acusándole no sólo de ser un hereje, sino también un peligroso rebelde. Las autoridades decidieron poner fin a Su vida. El 9 de julio de 1850, la sentencia fue ejecutada. En uno de los patios de los cuarteles de Tabriz, cerca de 10.000 personas se agolpaban sobre los tejados de los cuarteles y casas que daban a la plaza. El Báb y un joven seguidor Suyo estaban colgados de unas cuerdas contra la pared. Un regimiento de 750 soldados armenios, dispuestos en tres filas de 250 fusileros abrió fuego en tres descargas sucesivas. Fue tan intensa la humareda de pólvora que todo el patio quedó sumido en la oscuridad.

Sir Justin Shiel, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de la Reina Victoria destacado en Teherán hizo llegar a Lord Palmerston, Secretario de Estado Británico para Asuntos Extranjeros, el siguiente informe de fecha 22 de julio de 1850: Cuando se despejó el humo y la polvareda levantadas por la descarga, el Báb ya no estaba a la vista. El populacho empezó a clamar que había sido elevado a los cielos. Las balas habían destrozado las cuerdas de las que pendía, y hubo de ser arrastrado desde un recodo, en el que, tras una búsqueda fue hallado, y se le dio muerte.

Después del primer intento de ejecución, el Báb fue hallado de nuevo en Su celda, cursando las últimas instrucciones a uno de Sus seguidores. Con anterioridad ese mismo día, cuando los guardias acudieron a trasladarlo al patio, el Báb les había advertido que ningún;poder humanopodría silenciarle hasta que hubiese concluido cuanto tenía que decir. Al presentarse por segunda vez, el Báb les anunció con tranquilidad: Ahora podéis llevar a cabo vuestras intenciones.

Una vez más, el Báb y Su joven compañero fueron colocados frente al pelotón. Las fuerzas armenias se negaron a abrir fuego. En su lugar hubo que reunir un destacamento musulmán. Esta vez los cuerpos fueron acribillados hasta formar un amasijo de huesos y carne. Sorprendentemente sus rostros escaparon a los disparos. La luz del Templo Místico, como el Báb solía referirse a Sí mismo, se había apagado en circunstancias trágicas. Las últimas palabras dirigidas por el Báb a la multitud fueron éstas:

¡Oh generación extraviada! Si hubierais creído en Mí, habríais seguido el ejemplo de este joven cuyo rango era superior al de la mayoría de vosotros, quien gustosamente se ha sacrificado en Mi sendero. Llegará el día en que Me habréis reconocido; ese día ya no estaré con vosotros.

Bahá’u’lláh rindió el siguiente homenaje al Báb:

Contemplad qué constancia ha revelado esa Belleza de Dios. Todo el mundo se alzó contra Él y, sin embargo, fracasaron estrepitosamente en el empeño. Cuanto más arreciaba la persecución sobre ese Sadrih [Rama] de Bienaventuranza, más se acrecía Su fervor y más brillante alumbraba la llama de Su amor. Todo esto es evidente, y nadie disputa esta verdad. Por último, entregó Él Su alma y remontó vuelo hacia los reinos de lo alto.

A.L.M. Nicolas, quien registró el episodio del Báb, escribió: Se sacrificó por la humanidad; por ella dio Su cuerpo y Su alma; por ella sobrellevó privaciones, escarnio, tortura y martirio. Él selló, con Su propia sangre, la alianza de la hermandad universal. Al igual que Jesús, pagó con Su vida a fin de proclamar el reino de la concordia, equidad y amor universal.

Los escasos seis años que duró la misión del Báb simbolizan en cierto sentido la abrupta y sorprendente transición hacia la conciencia global por cuyo motivo el Báb dirigió Su llamamiento a la humanidad. Desde Su atrevida proclamación, justo al mediar el siglo, los avances técnicos y científicos sin precedentes que han venido registrándose ofrecen los primeros vislumbres de la sociedad global. En Su papel como Punto Primordial del que se han originado todas las cosas creadas, el Báb ha puesto en movimiento un nuevo y espléndido ciclo de la creatividad y descubrimientos humanos. Las brisas del conocimiento de Dios han agitado las mentes de los hombres y han hecho que los espíritus remonten el vuelo.

El que dos Manifestaciones de Dios aparecieran al mismo tiempo, según afirma el propio Bahá’u’lláh, es […] un misterio que ninguna mente puede sondear. Para los bahá’ís constituye una afirmación de que el establecimiento de la paz universal y el Reino de Dios no están demasiado lejano, así como un testimonio de la grandeza de la Revelación de Bahá’u’lláh. En palabras de ‘Abdu’l-Bahá, el Sucesor designado de Bahá’u’lláh:

El Báb, el Exaltado, es la Mañana de la Verdad, el esplendor de cuya luz brilla en todas las regiones. Él es asimismo, el Anunciador de la Más Grande Luz, el Luminar de Abhá (Bahá’u’lláh). La Bendita Belleza (Bahá’u’lláh) es el Prometido de los libros sagrados del pasado, la revelación de la Fuente de Luz que brilló sobre el Monte Sinaí, cuyo fuego brilló en medio de la Zarza Ardiente. Somos, todos y cada uno de nosotros, siervos ante Su umbral, y permanecemos de pie como humildes custodios ante Su puerta.