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¿Sobrevivir y competir son compatibles?

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—Madrid, 8 de agosto de 2018—. La revista Utopía, en su nuevo número 106, explora las implicaciones del poder de la esperanza para el cambio social así como los obstáculos que hoy día supone la competición.

«La esperanza en el cambio que necesitamos», así se titula la nueva edición de la revista Utopía que plantea desde diferentes ángulos propuestas de transformación social, incluyendo la urgencia de atender las reclamaciones provenientes de sectores de la población históricamente oprimidos, como las mujeres o los ancianos. Y es que, en los últimos meses, cada vez más grupos están alzando la voz para mostrar su disposición a trabajar en favor de un mundo más justo y pacífico.

No obstante, frecuentemente, los esfuerzos realizados tanto por Estados como por colectivos e incluso individuos bienintencionados no logran ser efectivos en la consecución de este objetivo. «Uno de los principales obstáculos para alcanzar una paz duradera es la normalización de la competición y el conflicto y la creación de un sistema que favorece el estallido permanente de tensiones entre Estados», afirma Sergio García, coautor del artículo «¿La competición… realmente es tan buena?».

La competición, presente e imperante en los espacios más relevantes de las democracias liberales, ha pasado a ocupar un primer plano en todos los principales subsistemas actuales tales como la economía, la política, el sistema judicial, la academia, la sociedad civil organizada, y hasta en los medios de comunicación. Lejos de cuestionarnos las posibles consecuencias perjudiciales que derivan de esta «cultura de la competición», el conflicto y la competición son valorados como cualidades indispensables para el desarrollo.

«Dentro de un marco concreto, la competición sí ha resultado ser útil para proporcionar los mejores productos y servicios posibles en el mercado», señala Leila Sant, miembro de la comunidad bahá’í. «No obstante, parece ser que uno de los detonantes del desequilibrio actual deriva de que las lógicas de la economía han pasado a reemplazar las propias lógicas de otros subsistemas sociales».

Tanto es así que, la política ya no se guía por el consenso y el interés del bien común, sino por los intereses partidistas; a pesar de los principios que la protegen, la justicia se ve truncada periódicamente por la naturaleza contestataria que la caracteriza; la academia ha pasado de asegurar la transferencia de conocimiento útil para la sociedad y la formación de nuevas generaciones a la lucha por la obtención de becas, cátedras, publicaciones y otras formas de promoción, condicionada a su vez por la rentabilidad económica; y en ocasiones la misma sociedad civil ha interiorizado el conflicto, impidiendo conseguir mayores logros colectivos.

Para llegar a una posible solución, Sergio García propone un cambio de planteamiento doble. «En primer lugar, es necesario hacer explícito el marco liberal que actualmente define el debate, el cual se presenta como libre de valores pero que está condicionado por sus propias lógicas. Asimismo, las concepciones existentes de poder, reforzadas por el sistema actual, deben incluir nociones de poder mutualistas».