— Madrid, 28 de marzo de 2025 —. En un mundo cada vez más diverso, la convivencia pacífica no es un hecho espontáneo, sino el resultado de un compromiso activo con el respeto, la inclusión y la justicia. A pesar de los avances en materia de derechos humanos y de los marcos legislativos que tratan de proteger la diversidad, el prejuicio, el racismo y la discriminación religiosa siguen siendo barreras que impiden la cohesión social. Frente a este desafío, es fundamental fortalecer iniciativas que promuevan el entendimiento mutuo y el reconocimiento de la diversidad como un valor esencial para el desarrollo de sociedades más equitativas. La Semana Mundial de la Armonía Interconfesional es un ejemplo de estos esfuerzos, ofreciendo un espacio para el diálogo y la reflexión.

José A. López, Marta Torres, Gloria Pastor y Nuria Vahdat.
Semana Mundial de la Armonía Interconfesional
Desde 2010, cuando el Rey Abdullah II de Jordania presentó la iniciativa ante las Naciones Unidas, la primera semana de febrero se ha convertido en un periodo donde gobiernos, instituciones y sociedad civil se dedican a la promoción del diálogo interreligioso. Un ejemplo de ello es el ciclo de cine organizado por la Universidad de Jaén, bajo la coordinación de Gloria Pastor y la colaboración de la Oficina de Asuntos Públicos de la Comunidad Bahá’í. Durante tres días, este espacio de reflexión fomentó el debate sobre el derecho a la libertad religiosa, la importancia de la democracia participativa y deliberativa en la armonización de posturas, y la religión como un sistema de conocimiento y práctica individual que debe contribuir al progreso social. Esta iniciativa ha sido reconocida con el tercer premio de los Premios Rey Abdullah II, en reconocimiento a su excelencia y contribución a la promoción de la armonía interconfesional.
Hacia una Europa más inclusiva: desafíos y avances en la lucha contra la discriminación
Desde una perspectiva más amplia, sabemos que la construcción de sociedades verdaderamente inclusivas exige un compromiso constante. El miedo a lo desconocido y los prejuicios siguen siendo barreras que dificultan la convivencia. En Europa, uno de los desafíos más urgentes es erradicar el racismo y la discriminación religiosa. Iniciativas como el Plan de Acción de la UE contra el Racismo (2020-2025) son un paso significativo para avanzar hacia una Europa donde todas las personas, sin importar su origen, se sientan parte de la sociedad y contribuyan a su desarrollo. Esa noción de identidad europea, históricamente vinculada a una cultura cristiana y a una población homogénea (blanca), debe evolucionar para reflejar la realidad actual: Europa es diversa, con comunidades musulmanas, afroeuropeas, asiático-europeas y latinoeuropeas que forman parte integral de su tejido social.
En España, el marco legislativo respalda la lucha contra la discriminación. La Constitución Española, en su artículo 14, establece que todos los ciudadanos son iguales ante la ley, sin distinción de raza, religión, sexo u otras condiciones. A pesar de este reconocimiento legal, la discriminación sigue presente en múltiples formas, desde los estereotipos y prejuicios hasta delitos de odio. Para reforzar la respuesta institucional, en 2023 el Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones lanzó el Marco Estratégico de Ciudadanía e Inclusión contra el Racismo y la Xenofobia, con el objetivo de promover políticas públicas y acciones de la sociedad civil que fomenten la cohesión social y la equidad.
Necesidad de promover la convivencia intercultural desde el ámbito local
Pero, sabemos que los prejuicios profundamente arraigados no pueden desarraigarse de los corazones y las mentes de las personas -y mucho menos de las estructuras que sustentan la sociedad y las instituciones que la sirven- únicamente a través de la legislación. En un país donde el 16% de la población ha nacido en el extranjero —una cifra que podría alcanzar el 39% en los próximos 50 años—, la gestión de la diversidad es un desafío y una oportunidad. Sin este aumento de población, España enfrentaría un declive demográfico con graves consecuencias económicas y sociales. Si bien la diversidad aporta riqueza social, cultural y económica, también plantea el reto de construir una sociedad cohesionada, inclusiva y justa que promueva el desarrollo para todos. Actualmente, en España predomina un modelo de coexistencia, donde distintos grupos conviven con respeto, pero sin una interacción significativa. Esta situación, aparentemente tranquila, es frágil y puede derivar en tensiones y relaciones de hostilidad. El futuro hacia el que miramos se distingue por un modelo de convivencia donde todos, independientemente del origen, seamos parte de una comunidad que coopera, que es tolerante y se esfuerza por mejorar el entorno donde vive.
Lo que es innegable es que la diversidad está en la propia naturaleza de la humanidad. Las personas somos desiguales tanto en los perfiles demográficos (género, etnia, edad, discapacidad, apariencia) como en los perfiles culturales ( idioma, creencia, nivel de educación, orientación sexual, competencias, habilidades, estructura familiar, aficiones, capacidad de comunicación…). Aceptar que las personas somos diversas y gestionar eficazmente sus diferencias es imperativo para el progreso. Por tanto, promover la armonía interconfesional no es solo un ideal, sino un elemento más del engranaje necesario para el avance social.