En «La meta de un nuevo orden mundial»:
Es necesario desarrollar cierta forma de Super-Estado mundial, a favor del cual todas las naciones del mundo voluntariamente habrán de ceder todo derecho a entrar en guerra, ciertos derechos a recaudar impuestos y todos los derechos a mantener armamentos, salvo con el propósito de mantener el orden interno dentro de sus respectivos dominios. Dicho estado habrá de incluir en su órbita a un Poder Ejecutivo Internacional con capacidad para hacer valer la autoridad suprema e indiscutible en todo miembro recalcitrante de la mancomunidad; un Parlamento Mundial cuyos miembros serán elegidos por el pueblo en sus respectivos países y cuya elección será confirmada por sus respectivos gobiernos; y un Tribunal Supremo cuyos dictámenes tendrán efectos obligatorios aun en los casos en que las partes interesadas no estén voluntariamente de acuerdo en someter la disputa a su consideración. Una comunidad mundial en la que todas las barreras económicas serán derribadas para siempre y en la que se reconocerá definitivamente la interdependencia del Capital y el Trabajo; en la que el clamor del fanatismo y el conflicto religioso será acallado para siempre; en la que será finalmente extinguida la llama de la animosidad racial; en la que un código único de derecho internacional producto de un juicioso análisis de los representantes federados del mundo será sancionado por la intervención instantánea y coercitiva de las fuerzas combinadas de las unidades federadas; y, finalmente, una comunidad mundial en la que el furor de un nacionalismo caprichoso y militante será trocado en una perdurable conciencia de ciudadanía mundial; así es como se presenta, en líneas generales, el Orden anticipado por Bahá’u’lláh, Orden que habrá de ser considerado el más hermoso fruto de una era en lenta maduración
En «El desenvolvimiento de la civilización mundial»:
La unidad de la raza humana, tal como es concebida por Bahá’u’lláh, implica el establecimiento de una mancomunidad mundial en la que todas las naciones, razas, creencias y clases estén estrecha y permanentemente unidas, y en la que la autonomía de sus Estados miembros y la libertad personal y la iniciativa de los individuos que la componen estén definitiva y completamente resguardadas. Esa mancomunidad, en la medida en que podemos visualizarla, debe estar constituida por un cuerpo legislativo mundial cuyos miembros, en calidad de representantes de toda la humanidad, controlarán en última instancia la totalidad de los recursos de todas las naciones integrantes, y promulgarán las leyes que fueren requeridas para reglamentar la vida, satisfacer las necesidades y ajustar las relaciones de todas las razas y pueblos. Un poder ejecutivo mundial, respaldado por una fuerza internacional, llevará a cabo las decisiones a que haya llegado ese cuerpo legislativo mundial, y aplicará las leyes dictadas por este, y protegerá la unidad orgánica de toda la mancomunidad. Un tribunal mundial fallará y formulará su veredicto obligatorio y final en todas las disputas que surjan entre los diversos elementos constituyentes de este sistema universal. Se ideará un mecanismo de intercomunicación mundial que abarque al planeta entero, libre de trabas y restricciones nacionales, y que funcione con maravillosa rapidez y perfecta regularidad. Una metrópolis mundial actuará como el centro nervioso de una civilización mundial, el foco hacia el que convergerán las fuerzas unificadoras de la vida, y desde el que se difundirán sus influencias dinamizadoras. Un idioma mundial será inventado o seleccionado de entre los idiomas existentes, y será enseñado en las escuelas de todas las naciones federadas como auxiliar del idioma materno. Una escritura mundial, una literatura mundial, un sistema monetario y de pesas y medidas uniforme y universal simplificarán y facilitarán el intercambio y el entendimiento entre las naciones y razas de la humanidad. En semejante sociedad mundial, la ciencia y la religión, las dos fuerzas más potentes de la vida humana, se reconciliarán, cooperarán y se desarrollarán armoniosamente. La prensa, bajo tal sistema, en tanto que dará plena libertad a la expresión de los variados puntos de vista y convicciones de la humanidad, cesará de estar maliciosamente manipulada por intereses creados, ya sean privados o públicos, y será liberada de la influencia de gobiernos y pueblos en pugna. Los recursos económicos del mundo serán organizados, sus fuentes de materias primas serán explotadas y plenamente utilizadas, sus mercados serán coordinados y desarrollados, y será equitativamente regulada la distribución de sus productos.
Cesarán las rivalidades, odios e intrigas nacionales, y la animosidad y el prejuicio raciales serán reemplazados por la amistad, el entendimiento y la cooperación entre las razas. Las causas de la contienda religiosa serán eliminadas permanentemente, las barreras y restricciones económicas serán completamente abolidas y será suprimida la excesiva distinción entre clases. Por un lado, desaparecerá la indigencia y, por otro, la acumulación excesiva de bienes. La enorme energía disipada y desperdiciada en la guerra, ya sea económica o política, será consagrada a aquellos fines que extiendan el alcance de las invenciones humanas y del desarrollo tecnológico, al aumento de la productividad de la humanidad, al exterminio de las enfermedades, a la extensión de la investigación científica, a la elevación del nivel de salud física, a la agudización y refinamiento del cerebro humano, a la explotación de los recursos no utilizados e insospechados del planeta, a la prolongación de la vida humana y al fomento de todo organismo que estimule la vida intelectual, moral y espiritual de toda la raza humana.
Un sistema mundial federado que gobierne toda la tierra y ejerza incuestionable autoridad sobre sus inimaginablemente vastos recursos, que combine y encarne los ideales tanto de Oriente como de Occidente, liberado de la maldición de la guerra y sus miserias, y dedicado a la explotación de todas las fuentes de energía disponibles en la superficie del planeta, un sistema en el que la Fuerza se ponga al servicio de la Justicia, cuya vida sea sostenida por el reconocimiento universal de un Dios único y por su lealtad a una Revelación común, tal es la meta hacia la cual avanza la humanidad, impelida por las fuerzas unificadoras de la vida.