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La comunidad bahá’í celebra el acuerdo histórico por el clima

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El sábado 12 de diciembre de 2015 en París, los 195 países que participaban en la cumbre sobre el clima firmaron un pacto histórico para reducir el calentamiento global desde la época preindustrial en menos de dos grados al final del siglo XXI.

Imagen de la web de la UNFCCCEste acuerdo seguramente haya pasado inadvertido, a pesar de la atención puntual aunque explosiva que le otorgaron los medios de comunicación, por la dificultad que tiene el discriminar lo importante de lo secundario en el contexto de frenesí mediático en el que vivimos.

Nunca se había generado tanto consenso político alrededor del calentamiento global. Mientras que la comunidad científica llevaba años alertando acerca del peligro del cambio climático y constatando su veracidad, las voces de los intereses económicos y políticos distorsionaban la verdad y confundían al público con su cuestionamiento recurrente de este fenómeno global tan peligroso como real. Por ello, el acuerdo de París representa un hito, un consenso inusitado sobre el que construir. No obstante, el acuerdo no representa el final del camino, sino simplemente el punto de partida para acometer colectivamente la probablemente empresa global más trascendente que la humanidad haya tenido ante sí, recuperar el equilibrio ecológico tan fundamental para la supervivencia sobre la tierra. Ningún país puede hacer esto en solitario, se requiere el concierto de todos.

El día 29 de noviembre, como preludio del acuerdo, tuvo lugar en Madrid la concurrida Marcha por el Clima. Aproximadamente 15.000 personas se dieron lugar desde la Plaza de Cibeles hasta la Puerta del Sol para manifestar su preocupación por la grave situación del estado climático. Representantes de la comunidad bahá’í no quisieron perderse la oportunidad de dar su apoyo para que se tomen medidas para frenar los devastadores efectos del cambio climático y promover nuevos tipos de relación entre el ser humano y la naturaleza, más sostenibles y con mayor conciencia de la interconexión que rige el universo.

cartel_marcha_clima_cuadradoLa oficina de asuntos públicos de la comunidad bahá’í de España, desde hace un tiempo, está reflexionando sobre el papel de la religión para el avance social. Uno de los temas centrales que aborda este discurso es la naturaleza de las relaciones entre los propios individuos, entre estos y las instituciones, entre las instituciones, y de ellos con la naturaleza. La religión nos invita a beneficiarnos de nuevas formas de acción e interacción que puedan ayudar a la humanidad en conjunto a tomar una actitud más equilibrada hacia el medio ambiente.

Al igual que la sociedad civil juega un papel fundamental en la movilización y sensibilización sobre la gravedad de la cuestión medioambiental, entendemos que la religión es un actor más que debe proponer nuevas alternativas. Históricamente, dejando a un lado los lamentables episodios en que se ha aliado con los fundamentalismos, la religión ha sido fuente de civilización. Sería de esperar que en un momento en que la humanidad enfrenta desafíos históricos, la religión organizada pudiera convertirse en un actor más, en diálogo con otros, en búsqueda de definiciones más claras de los problemas actuales así como de soluciones pertinentes. Los principios y valores que están en la base de sus enseñanzas promueven formas diferentes y más armoniosas de la relación del ser humano con su entorno. La industrialización y la modernización se han basado en una concepción de la relación del hombre con el medio ambiente basada en la explotación. La tierra, el ecosistema, se convirtió en un bien más a explotar en beneficio del hombre. Esta concepción, probablemente, yace en el núcleo de las causas que han producido la degradación medioambiental. El mundo necesita de nuevas pautas de desarrollo sostenible tanto a nivel individual como colectivo que incluyan una nueva concepción del ser humano y de su papel en el mundo, y es en este ámbito donde la religión puede proporcionar perspectivas útiles.

Los Escritos bahá’ís, en particular, declaran que la humanidad es el fideicomisario de los vastos recursos y de la diversidad biológica del planeta y que, como tal, tiene que esmerarse por proteger la herencia de generaciones futuras; por ver en la naturaleza un reflejo de lo divino; por acercarse a la tierra, la fuente de bendiciones materiales, con humildad; por regular sus acciones con moderación; y por ser guiados por ciertas verdades espirituales fundamentales de nuestra época, como la unicidad de la humanidad, la interconexión y la reciprocidad.

La rapidez y la facilidad con que establezcamos un patrón de vida sostenible dependerán, en última instancia, de la medida en que estemos dispuestos a comprometernos tanto con la transformación de las leyes, estructuras y procesos sociales, como con la generación de nuevas pautas de conductas éticas individuales.

Adjuntamos a este artículo una columna de Climent Sabater publicada en el Diario Menorca el 25 de noviembre. En ella, el autor escribe sobre el medio ambiente en base al libro «A menos que: un enfoque bahá’í sobre el medio ambiente» de Arthur Lyon Dahl. La columna se puede leer aquí.