España, al igual que muchos países que han experimentado procesos de industrialización y modernización en poco tiempo, ha sufrido ciertas consecuencias desafiantes para la cohesión social. La migración masiva del campo a las ciudades y la penetración agresiva de la sociedad de consumo rompió lazos importantes de la vida social que todavía no se han recompuesto. El concepto de comunidad definía la pertenencia del individuo a un colectivo con cuyos miembros se relacionaba de forma habitual, dentro del cual desarrollaba habilidades sociales, adquiría valores y donde, en última instancia, aprendía a amar. La comunidad era un espacio de solidaridad y de reciprocidad.
Con esta descripción no se quiere evocar una idea romántica del pasado y de las comunidades locales que existían. De hecho, gran parte de las desigualdades y de las relaciones de opresión que se daban eran perpetuadas por la exigencia de lealtad a esa comunidad por encima de todo. Sin embargo, los esfuerzos de los últimos siglos por crear «comunidades nacionales», la proliferación de movimientos de vuelta al campo y de fortalecimiento de la vida comunitaria, o el creciente interés por las redes sociales, no son sino diferentes muestras de que la comunidad no tiene sustituto en la vida social. La pregunta no es entonces si la comunidad hace falta o no, sino qué tipo de comunidad se requiere.
Dentro de la perspectiva de transformación social que los bahá’ís de España están tratando de implementar yace la convicción de que los individuos, las instituciones y las comunidades son tres actores indispensables para la organización y el progreso de la sociedad. Las relaciones que los unen son objeto de reflexión constante. La analogía del cuerpo humano, con su diversidad de funciones, su equilibrio, su interconexión e interdependencia, su reciprocidad, su crecimiento e integración inspira sus esfuerzos por definir las relaciones entre los individuos, las instituciones y la comunidad, e incluso entre estos y la naturaleza.
Con estas ideas en mente, el proceso de construcción de comunidad al que se ha aludido adquiere mayor relevancia. Sin embargo, debido a la individualización excesiva de la vida en las ciudades y a la desaparición del contexto natural donde se daba la vida comunitaria, el pueblo, los bahá’ís de España, al igual que en otros países del mundo, ubican sus esfuerzos de transformación colectiva en zonas geográficas pequeñas, normalmente un conjunto de pueblos, una gran ciudad o incluso una provincia pequeña, que denominan agrupación. Este concepto es un constructo social que facilita la descentralización de sus esfuerzos. Es un espacio relativamente pequeño compuesto por poblaciones unidas por ciertos elementos culturales y donde el transporte es sencillo. Además, en los últimos años, debido a la importancia de actuar colectivamente en espacios todavía más cercanos al lugar de residencia, dentro de algunas agrupaciones se está aprendiendo acerca de la transformación colectiva en entornos más pequeños, los barrios. El lema, en cierto sentido es: para cambiar el mundo, comencemos cambiando nuestros barrios. En segmentos pequeños, las personas involucradas, muchas de ellas jóvenes, avanzan juntas hacia la visión de Bahá’u’lláh de un mundo unificado, pacífico, justo y sostenible.